domingo, 6 de octubre de 2013

Reflexión sobre la tragedia de Lampedusa.

La madrugada del pasado jueves 3 de octubre, una Barcaza con 500 inmigrantes se hundió cerca de la costa de la isla italiana de Lampedusa, Sicilia. Se trataba de una embarcación que había partido 3 o 4 días antes desde el puerto libio de Misrata, con el fin de cruzar el estrecho y adentrarse en tierras europeas desde la pequeña isla italiana. Desde el jueves, 200 cadáveres han sido hallados, 150 personas siguen desaparecidas y solamente 150 han sido rescatadas por la Guardia Costera y barcos pesqueros. Según declararon algunas de las personas que pudieron ser rescatadas, cuando el barco empezó a hundirse, 3 barcos de pescadores pasaron cerca de la barcaza, vieron sus llamadas de auxilio y prosiguieron su camino. La tragedia ha conmocionado a la población mundial y ha hecho plantearse a dirigentes políticos de varios países la necesidad de reformar las leyes de inmigración.




No es, ni mucho menos, la primera noticia de inmigrantes que naufragan que oímos, pero la magnitud de la catástrofe y la crueldad de la situación nos han hecho reflexionar. ¿Cómo es posible que, habiendo visto el horror de la gente que moría, varias personas decidieran ignorarlos y dejarlos morir? ¿Quién somos nosotros, o los gobiernos, para poner una valla y decir a los inmigrantes “de aquí no podéis pasar” como si la tierra fuera nuestra?


El primer ministro italiano dijo no creer que los 3 barcos pesqueros pasaran por al lado de la barcaza en proceso de hundirse y no hicieran nada por ayudar. La alcaldesa de la pequeña isla Lampedusa, Giusi Nicolini, por el contrario, sí. Según ella, si los pescadores pasaron de largo fue porque “su país ha procesado a pescadores y armadores que han salvado vidas humanas por complicidad con la inmigración clandestina”. Explica que en 2008 Silvio Berlusconi aprobó una ley que prohíbe ayudar a inmigrantes a entrar en Italia, sean las que sean las circunstancias. Por increíble que parezca, no son pocas las personas afines a esta ley que va tan en contra de los Derechos Humanos y que, por lo tanto, no tiene cabida hoy en día.

Sin embargo, Italia no es el único lugar donde se dan casos como esté. La frontera entre México y Estados Unidos está separada por un muro en el cual más de 10.000 personas han perdido la vida intentando pasar. Pero no hace falta irnos hasta América para encontrar situaciones semejantes. Sin ir más lejos, en España, la frontera entre Ceuta y Melilla y el resto de África es una zona peligrosa donde se producen muchas muertes. Muertes evitables.

Y es que, tan obvio como que el aire no tiene dueño, la tierra tampoco debería tenerlo y los seres humanos deberían ser libres de elegir dónde y cómo quieren vivir, sin que nadie les impida o imponga nada. Además, es innegable que la emigración ha sido el origen de muchas civilizaciones y países, ejemplo de lo cual es América del Norte, y según muchos expertos, también el futuro.


En resumidas cuentas, el rechazo a la inmigración es algo muy arraigado en la sociedad actual, pero no por ello tenemos que resignarnos a él. Ya es hora de que los gobiernos y autoridades de los países desarrollados cambien sus legislaciones y antepongan el derecho a la vida, el primero de la Declaración de los Derechos Humanos, ante todo lo demás y terminen con esta masacre injustificada.

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